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Aro luna

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Eliseomerino

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“Me llamaba la atención cómo funcionaban las cosas. Esa característica, creo, me define como artesano. Porque si bien me dediqué a otras actividades por largo tiempo, fue con la artesanía que llené mi vida”. Hoy miro para atrás y me doy cuenta de que desde pequeño me gustaba tallar madera y hacer mis propios juguetes. Me llamaba la atención cómo funcionaban las cosas. Esa característica, creo, me define como artesano. Porque si bien me dediqué a otras actividades por largo tiempo, fue con la artesanía que llené mi vida. Estaba pasando por un proceso difícil. Quería buscar algo que me llenara de satisfacción y agrado. Partí como ayudante y aprendiz en el taller de unos amigos. Lo primero que aprendí fue a limar diferentes piezas que se hacían en el taller. Trataba de que quedaran perfectas y solo entonces pasar a otras etapas como calar y pulir. Con el tiempo me di cuenta que la orfebrería era lo mío. Se transformó en una pasión, mi refugio de los avatares de la vida. Desde entonces, ha sido un buen camino. En 2014 creé la Escuela de Orfebres de San Francisco de Mostazal y en dos ocasiones he sido semifinalista del Sello de Excelencia a la Artesanía. Mis piezas son diseños únicos, propios. En ellas uso materiales nobles, a los cuales les doy nueva vida, como cachos de buey, cobre y restos fósiles de pewen o araucaria, que en algunas localidades del sur usan para calefaccionar. Yo, en cambio, la reinvento en joyas con identidad.

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“Me llamaba la atención cómo funcionaban las cosas. Esa característica, creo, me define como artesano. Porque si bien me dediqué a otras actividades por largo tiempo, fue con la artesanía que llené mi vida”.

Hoy miro para atrás y me doy cuenta de que desde pequeño me gustaba tallar madera y hacer mis propios juguetes. Me llamaba la atención cómo funcionaban las cosas. Esa característica, creo, me define como artesano. Porque si bien me dediqué a otras actividades por largo tiempo, fue con la artesanía que llené mi vida. Estaba pasando por un proceso difícil. Quería buscar algo que me llenara de satisfacción y agrado. Partí como ayudante y aprendiz en el taller de unos amigos. Lo primero que aprendí fue a limar diferentes piezas que se hacían en el taller. Trataba de que quedaran perfectas y solo entonces pasar a otras etapas como calar y pulir. Con el tiempo me di cuenta que la orfebrería era lo mío. Se transformó en una pasión, mi refugio de los avatares de la vida. Desde entonces, ha sido un buen camino. En 2014 creé la Escuela de Orfebres de San Francisco de Mostazal y en dos ocasiones he sido semifinalista del Sello de Excelencia a la Artesanía. Mis piezas son diseños únicos, propios. En ellas uso materiales nobles, a los cuales les doy nueva vida, como cachos de buey, cobre y restos fósiles de pewen o araucaria, que en algunas localidades del sur usan para calefaccionar. Yo, en cambio, la reinvento en joyas con identidad.

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