Wallontuwitral
Soy cuarta generación de tejedoras en mi familia, una herencia que fue trasmitida por mi madre quien hoy tiene 68 años. Aprendí el arte de tejer a los 8 años. Mi primera pieza la vendí en el mercado, en la calle, cuando tenía 12. Llevo más de tres décadas dedicada a producir piezas tejidas en telar mapuche, un oficio que me ha permitido solventar mi vida económicamente, educar a mi hijo y además transmitir este conocimiento a otras tejedoras de diferentes partes de Chile.
En el camino a convertirme en artesana lo primero que aprendí fue a hilar. Mi madre me preparó un huso -la herramienta para convertir el vellón de la oveja en hilo-, sumó la tortera -el peso que va en la parte baja del huso- y me la entregó para aprender. Era muy difícil: el huso se me caía y no lograba dominarlo. Pero fui insistente, hasta que logré mi primer metro de hilado. El segundo paso fue tejer con un ñirehue pequeñito, una paleta pesada con forma de cuchillo, que se usa para golpear la trama mientras se teje y darle firmeza al tejido. Para ver si ya sabía tejer, me metía en el telar de mi mamá, quien muchas veces me regañó, pero hoy agradezco todos esos retos.